La Guajira que yo me encontré está llena de contrastes. Por un lado evidencié que el universo había privilegiado a esa región con lugares llenos de magia, mares y playas espectaculares y con una naturaleza tan exótica cómo deslumbrante. Me encontré con un rincón de este gran planeta lleno de diversidad, con una cultura llena de riqueza y profundidad, con paisajes fantásticos donde memoricé los cielos más hermosos que he visto en mi vida.

Por otra parte, vi un pueblo sumido en el olvido y en la desesperanza, con miles de personas sufriendo por la escasez de agua y alimentos y sobre todo por lograr ser sostenibles en el tiempo. Pude sentir su tristeza por tantas promesas incumplidas y con la resignación evidente en sus pupilas. He visto un pueblo Wayúu tan lleno de creatividad cómo de limitaciones. Ha sido doloroso evidenciar que como nación tenemos en el olvido a tantos niños y ancianos y a una comunidad que espera respuestas solidarias y eficientes a su precaria situación.

Llegar a La Guajira y adentrarse en las comunidades vulnerables donde trabajamos, es conocer de primera mano lo que significa la separación y el egoísmo del ser humano, es conocer lo que sucede cuando olvidamos que somos uno y cuando no nos importa el dolor ajeno. Es conocer la otra Colombia que quizás muchos quieren ignorar porque es más fácil vivir en la burbuja donde creemos que todo está bien mientras nada nos pase a nosotros ni a los nuestros, es reconocer que nos falta evolucionar como humanidad.

El departamento de La Guajira está lleno de potenciales para crecer, para servir y para tejer una nueva realidad. Amo a cada persona con la que me he encontrado y debo decir que igualmente me han recibido con un profundo amor que viene de personas que, aunque no tienen mucho a nivel económico, lo tienen todo a nivel de lo que de verdad importa: amor, corazones puros, sentido de palabra, sonrisas y lo más hermoso, la certeza de que algún día su situación cambiará con la ayuda de quienes aún creemos que puede existir un mundo mejor.